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No seamos pelotudos


En las Guerras de la Independencia, nuestros gauchos peleaban contra un ejército de lo que en aquella época era el Primer Mundo. Una maquinaria de guerra con disciplina de las mejores academias militares, armas de fuego, artillería, corazas, caballería, el mejor acero toledano, etc.

Los gauchos (montoneros), de calzoncillo cribado y botas de potro con los dedos al aire, sólo tenían para oponerles pelotas, piedras grandes con un surco por donde ataban un tiento, bolas -las boleadoras- y facones, que algunos amarraban a una caña tacuara y hacían una lanza precaria. Pocos de ellos tenían armas de fuego que consistían en algún trabuco naranjero o arma larga desactualizada.

Debido a esta desigualdad de recursos no quedaba otra que organizarse bien y planear estrategia de ataque más efectivas. La técnica para oponerse a semejante maquinaria bélica como la que traían los realistas consistía en diferentes formaciones de atacantes.

Nuestros gauchos formaban en tres filas: La primera era la de los PELOTUDOS, que portaban las pelotas de piedra grande amarradas con un tiento. La segunda era la de los LANCEROS, facón y tacuara, y la TERCERA la integraban los boludos con sus boleadoras o bolas.

Cuando los españoles cargaban con su caballería, los pelotudos, haciendo gala de una admirable valentía, los esperaban a pie firme y les pegaban a los caballos en el pecho con las piedras, de esta manera los animales rodaban y desmontaban al jinete y provocaban su caída y  por efecto dominó la de los que venían atrás. En estas circunstancias los lanceros que formaban la segunda línea, aprovechaban y pinchaban a los caídos.

Finalmente se ubicaban los boludos, (portadores de boleadoras) que venían atrás, para rematarlos en el piso. o hacer caer a algún caballo entrelazando sus patas.

Según cuentan algunos historiadores, allá por la década del 1890 un Diputado de la Nación aludiendo a lo que hoy llamaríamos “perejiles”, dijo en una asablea ordinaria que no había que ser “pelotudo” en referencia a que no había que ir al frente y exponerse tan abiertamente.

Fue así como la palabra pasó a ser sinónimo de ser estúpido y desde ahí la popular lo tomaría como frase para defenestrar a un oponente. Esta fue la segunda acepción que se le dio al término: ya que la primera era la de aguerrido, quedando opacada por el concepto del tonto que se arriesga fácil.

Luego con el tiempo se sumó a esta última clasificación la palabra boludo y se transformó en un insulto grave, que en  décadas pasadas ameritaba irse a las manos si alguien nos lo decía. Cuestión que con el tiempo se desdibujó y nos fuimos olvidando del verdadero origen de la palabra.

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