miércoles

Entrevista a Daniel Fermani- Un iluminado del arte

Por Walter Gustavo Telesca


Casi en persona pero no tanto, la entrevista con Daniel Fermani fue vía facebook. Él en Mendoza y yo en Buenos Aires, y digo casi en persona porque las distancias se acortan cuando uno, como en mi caso, conoce al entrevistado en persona. Al verlo uno se encuentra con un ser humano afable, cordial y muy natural para hablar y es esa misma naturalidad la que achica el espacio temporal que nos separa. 
La idea de esta nota es contarles la trayectoria y las obras de este licenciado en Letras, dramaturgo, poeta, novelista y actor mendocino que merece mucho más que la tapa de una revista.




¿Cómo llegaste al teatro?

Cuando era niño me llevaron a ver una versión teatralizada de El Principito. Fue una revelación, quedé tan impresionado del arte teatral que nunca más pude dejar de ir al teatro, y de mirar el mismo edificio del teatro como un templo sagrado. Más tarde, en la escuela secundaria, me escapaba de las clases para ir  a ver los ensayos de los alumnos de los cursos superiores, que tenían la autorización de formar parte del elenco teatral del colegio. Después de un tiempo de estas escapadas, la profesora de teatro, viéndome siempre escondido entre las sillas, me hizo subir al escenario y me dio dos líneas al final de una obra. Fue el principio del fin de mi vida antes del teatro. Empecé a ser un ser humano, o sea, empecé a construir mi alma.

¿En tu familia había arte, se palpaba un ámbito artístico o fuiste un pionero? ¿Cómo lo tomaron, te apoyaron?

Mi familia no era especialmente artística, si bien en mi casa había constantes reuniones de amigos de mis padres, que trabajaban en la Teología de la Liberación, y se tocaban instrumentos musicales y se cantaba. Todos componían canciones, en especial folklore. Las discusiones y debates eran constantes. De todos modos, fue mi generación la que empezó con el arte propiamente dicho, si bien mis padres eran también grandísimos lectores. Digo mi generación porque tengo primos músicos, bailarines, teatristas. Mis padres me miraban un poco extrañados, era un niño raro, introvertido y seguramente fuera de lo común, y eso no quiere decir necesariamente un genio o mejor que los demás, por lo contrario, creo que era bastante autista. Pero poco a poco comprendieron que seguía mi propio camino, y lo respetaron siempre.

¿Qué te inspira para escribir?

En especial me inspira la naturaleza, sobre todo para la poesía. Pero me fascinan, para las novelas por ejemplo, las historias familiares, lo que los viejos escritores españoles llamaban la “intrahistoria”, o sea lo que sucedía entre líneas, los entretelones familiares, los dramas ocultos y los secretos que no debían salir de las casas. Para el teatro en cambio prefiero los temas mitológicos llevados a la universalidad, los clásicos,  la mirada filosófica sobre la existencia humana. Incluso he incursionado en la historia argentina y latinoamericana, siempre con una profundización reflexiva.



¿Necesitás un ámbito, un lugar  o un momento especial, o la inspiración llega por si sola en cualquier momento?

La inspiración llega cuando se impone una disciplina, una rutina de la escritura, y se domina una técnica. Si no se sigue este proceso muy severo, lo que llega no es inspiración sino flatulencia. Dominar la técnica, hacerse una disciplina, acumular un bagaje cultural importante y esencial lleva una vida, por no decir muchos años de trabajo. Pero por supuesto necesito estar en silencio, solo, tranquilo, en un lugar adecuado. Eso no significa lujos ni comodidades extraordinarias, basta encontrarse en un lugar que sea agradable, acogedor. Por supuesto los apuntes y muchas ideas las escribo en cuadernos que siempre llevo conmigo, esté en el sitio en que esté. Como por trabajo viajo mucho en ómnibus, a menudo me encuentro escribiendo en ese lugar, o en una sala de espera, o en la cama. Algún día me acostumbraré a usar más la tecnología y a usar una tablet… Quizá…

¿Cómo te sentís más cómodo como director o como escritor?

Sin duda como escritor, porque la tarea del escritor es la construcción de la soledad. Y en la soledad florecen los mundos de la fantasía. La escritura permite la creación casi infinita –casi, porque a un cierto punto las palabras también son un límite. Claro, como director cuento con seres humanos que concretizan, en un cierto modo, ideas que surgen, que se conforman también a partir de esos mismos seres humanos, que son los actores. Ser escritor y ser director de teatro son dos regalos inconmensurables que me ha hecho la vida.
De todos modos comodidad seguramente no es la palabra que conocemos los artistas. Nunca estamos cómodos, cuando escribimos o dirigimos no, y mucho menos cuando no escribimos o dirigimos.

Tenés estudios de filosofía y letras y se nota que los aplicás en tus textos, ¿qué buscás a la hora de escribir una obra de teatro o novela?

Quisiera decir que busco la verdad, si no supiera que la verdad no existe. Tal vez busco la belleza, sin duda busco la belleza, que ya es un avance muy grande hacia la verdad, hacia alguna verdad, o tal vez la belleza en sí misma es una verdad. Busco estar sereno, arrancar de mi mente tantas y tantas historias, imágenes, personajes, voces que me persiguen y no me dan paz. Es como vivir mil vidas a la vez, vivir en muchas dimensiones. Si no escribiera, si no escribiera constantemente y si no inventara obras de teatro, me estallaría no sólo la cabeza, sino el alma.



Dirigís un taller de teatro experimental ¿se puede decir que se enmarca dentro del concepto de performance?

No, para nada. El concepto de  performance es algo bastante relacionado con la posmodernidad, si bien como práctica tiene su origen tal vez junto a todas las artes que implican al cuerpo humano como instrumento del arte mismo. La experimentación teatral en cambio es una búsqueda a través de lo orgánico de otras formas de expresión que sirvan al teatro; la experimentación en sí no es un espectáculo, sino un estudio, una investigación. El teatro experimental comenzó en el siglo XX con las ideas del francés Antonin Artaud y se concretizó en las experimentaciones del ruso Meyerhold y el polaco Grottowsky. La experimentación teatral es una forma de buscar los caminos para el teatro del siglo XXI, un rechazo del naturalismo y del realismo en especial del siglo XIX, que siguen imperando en los escenarios argentinos y del mundo.
¿Cómo ves la actualidad del teatro experimental?

El teatro experimental no es una escuela en sentido único, sino una filosofía del teatro. Una búsqueda que puede seguir diferentísimos caminos y llegar a resultados –si bien siempre parciales- muy divergentes uno de otro. Sin embargo, el peso venenoso de la televisión, el cine comercial  y el mal teatro, le hace la vida muy difícil a la experimentación teatral,  que a menudo es vista como una práctica abstrusa, incomprensible para cualquier espectador, o dirigida a una elite intelectual. En efecto, el teatro experimental es elitista en el sentido de que requiere del espectador una predisposición a pensar, a dejarse arrasar los lugares comunes y los prejuicios para acceder a nuevas categorías de la estética, a nuevas dimensiones de la interpretación. Todo lo contrario que de lo que vende cotidianamente el sistema consumista, destinado a drogar las mentes y a entorpecer cualquier intento de reflexión. El teatro experimental lleva a la revolución, que es lo que más teme el sistema materialista y consumista.

Entre tantas cosas que escribiste tenés una trilogía literaria editada por diferentes sellos editoriales. “Raro perro verde”, “El conejo encerrado en la luna” y “La última noche en que tampoco habló” ¿cuál es la idea central de la obra y porqué una trilogía?

Ahora debería decir tetralogía, porque está por salir en España la cuarta novela: “Tratado del amor urgente”. Pero ciertamente es una obra muy diferente de las tres anteriores. Las tres novelas publicadas en Argentina (si bien “La última noche…” también fue publicada en España) juegan con el concepto de tiempo de distintas maneras y desde distintos experimentos literarios. En “Raro Perro Verde” (wgt ediciones 2014) la experimentación está en la escritura misma: es una novela sin ninguna referencia temporal, sin adverbios de tiempo ni sustantivos que hagan alusión a la noche, el día, el almuerzo, la cena, etc. De ese modo pretendí eliminar el tiempo para dar a la historia la sensación de un magma que fluye constantemente y sin posibilidad de cambiar, que es la extraña vida del protagonista, el “perro verde”. En “La última noche…” el tiempo se dividen en estratos que se entremezclan como cartas de una baraja, formando figuras que después se revelan totalmente otra cosa de la que parecían, como un cuadro barroco. La interpretación de la historia queda tan abierta y múltiple cuanto lo quiera el lector, si bien el tema de la novela es muy claro y contundente. En “El conejo encerrado en la luna” también se juega con el tiempo en el sentido de que éste es una sensación personal, al punto tal que las historias que se desarrollan en esa sensación que llamamos tiempo, varían según cada una de las personas que las protagonizan. De este modo, toda la larga y compleja crónica de dos familias de inmigrantes italianos, se transfigura y se reinterpreta en la mente del último descendiente de una de estas familias. 
La última novela, en cambio, el “Tratado…”, que espero publicar también en Argentina,  es un trabajo absolutamente diferente, ya que se trata de un hombre que emprende la escritura de una suerte de tratado de cosas humanas, pero lo interrumpe constantemente para escribir cartas de amor, un amor imposible, naturalmente, como todos los amores. 

Tenés varias decenas de obras teatrales escritas, y sin temor a equivocarme en muchas de ellas tenés como una búsqueda de la existencialidad del ser. ¿Es así?

Quizás no es el tema de las obras, pero en el fondo lo es. Y no podría decir que las novelas y las poesías escapen a esta idea. El Existencialismo me ha fascinado y ocupado desde que lo conocí y descubrí que yo era existencialista antes de saber que existía una filosofía que teorizaba esta visión del mundo y la vida. La búsqueda, sin embargo, sería una contradicción con esta filosofía que encuentra en el ser humano mismo los límites de toda ambición filosófica y vital. Sin embargo, las preguntas esenciales y la angustia de la muerte siguen presentes en todas estas obras, porque no podemos dejar de cuestionarnos, como no podemos dejar de poner en discusión lo absurdo de la existencia, inevitablemente destinada a la desaparición. 
Si bien he escrito obras de tema histórico latinoamericano y argentino, como dije, o relecturas de Shakespeare, o reelaboraciones de mitos griegos, en todas ellas está en el centro un ser humano que se pregunta, y se angustia, y busca respuestas y se responde a sí mismo con la única arma que tiene el ser humano: la palabra.

Hay una frase de Beckett que dice que: “en ocasiones cada palabra es una mancha en el silencio”, ¿vos coincidís con eso o crees que el silencio modifica al texto dándole otro matiz?

Siempre amé y admiré a Beckett. Ha sido uno de mis amigos incorpóreos desde la adolescencia, aunque en la edad adulta dirigí mi amor absoluto hacia Shakespeare. Como soy infiel por naturaleza, también traiciono a Shakespeare con otros amoríos, pero digamos que él es mi pareja estable. Tal vez por eso me debato siempre con esa frase de Beckett, porque la palabra es un equívoco, sin duda, pero es el único equívoco que puede usar el ser humano, que le es propio, que lo crea, lo identifica, lo caracteriza, y también lo limita y lo demuele. No puedo dar una respuesta más precisa. Sí,  la palabra mancha el silencio, pero la palabra es humana, y el silencio no. 

¿Qué clásicos de la dramaturgia te gustaría dirigir y por qué te sentirías identificados con ellos?
Sin duda sería dramáticamente y terriblemente feliz dirigiendo una obra de Shakespeare. Para mí es el mayor escritor de todos los tiempos, no sólo en el teatro. Pero hablando de infidelidad, amaría tanto dirigir una obra de Chejov, una de Ibsen o de Strindberg. Y hablando de Argentina, lo más grande que hubo y habrá es sin duda Eduardo Pavlovsky. Todos estos escritores, pero también muchos más, Beckett, justamente, desnudan la intimidad del ser humano, ponen en discusión las convenciones, denuncian la inhumanidad del sistema social y económico en que vive la humanidad, y finalmente, dan a la esperanza su verdadera y única magnitud: la intrascendencia.

Una pregunta final que le hago a todos los entrevistados es ¿qué dirá tu epitafio?

Gracias por la pregunta, que me da la oportunidad de decir (repetir) que cuando muera no quisiera ser cremado ni quisiera que mis cenizas fueran arrojadas en ningún lugar. Quisiera sí ser puesto en la tierra, y tener un epitafio. Tal vez una frase muy simple, algo como “Aquí yace un hombre que trató de ser feliz, y sólo consiguió ser humano”.

La entrevista terminó rápido, pero el deseo de seguir disfrutando de su arte no y desde Bs. As. y un poco reforzando la frase que eligió para su epitafio, no es que sólo consiguió ser humano sino que un ser humano como él consigue hacer feliz con su arte a miles de personas.

SUS LIBROS

  


Para entrar en contacto directo con Daniel Fermani pueden acceder a su web: www.danielfermani.com.ar en la que encontrarán, videos, su trayectoria y su vida plasmada de una forma muy dinámica.

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