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sábado

Las manos de mi madre.

Serenas, blancas…,
arrugadas y manchadas,
finas, transparentes…,
suaves, delicadas.
Así son sus manos,
que me alzaron cuando de chico lloraba
y que no olvidaré su manera de temblar
cuando de retar se trataba.
Son las mismas que lavaron,
de acariciar se encargaron,
me tomaron para pasear
y de ellas me llevaron.
Son enormes si de amor las comparo
de abrigar se ocuparon
y cuando busqué refugio…
no hubo duda y me ampararon.
Su generoso tacto abundaba,
y su rígida dulzura
con mucho cariño trataba
al que con su piel tocara.
Desconociendo el desapego
y también la violencia
sólo sabían enseñar
con sabiduría y vehemencia.
Son ellas las que escribían
las vivencias de su vida,
nombrándonos a todos y
recordándonos en sus días.
Son las manos que hoy cruzadas
están quietas e inertes
son esas manos amadas
las que ha atrapado la muerte.

Están desde ayer en la eternidad
pero hago una salvedad…
JAMÁS LAS OLVIDARÉ
LAS TENDRÉ SIEMPRE PRESENTES
Y POR ESO LAS EXTRAÑARÉ.

Chau madre, hasta la vuelta.
Para Eloisa Aurora Quevedo (16/4/1931-15/10/2009)

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